sábado, 25 de enero de 2020

Francisco Umbral: una larga vida literaria que no cabe en dos horas

Mario García Priego | 9/11/2019

La voz se confunde como en los bares. La puntualidad escasea. El público, más joven a la derecha y más mayor en la izquierda, espera. Mientras, los fotógrafos disparan. Los flashes suenan como patatas fritas. Sus nombres aparecen puestos sobre la mesa. Parecen etiquetados en una foto de Instagram. Han venido a hablar de su libro.
Participantes de la mesa redonda sobre Francisco Umbral en el Rectorado de la UMA | Ñ. Salas (SUR)
Bernardo Gómez cuenta los asientos ocupados. Nombra a sus alumnos para que se sientan especiales. Cuenta los títulos de Francisco Umbral como los de un futbolista: “Tenía los más importantes galardones que se entregan en España”. El profesor afirma que el fundamento de su obra el lenguaje. Cuando pronuncia la frase “mi género soy yo”, todo el mundo la apunta en su portátil. Es la ideal para titular la crónica de la mesa redonda. En su intervención lo expone casi todo. No ha dejado nada para los demás. Después de oírla, todo el mundo sabe quién es Francisco Umbral, aunque no supieran qué es un verso alejandrino.

Cede la palabra a Fanny Rubio. Como si fuese por sorteo, no sabía a quién elegir. “Ya está casi todo dicho”, bromea la única mujer de la mesa redonda. Elogia a Gómez como también al resto de los profesores de la Universidad de Málaga. Repite la práctica totalidad de sus palabras. Mira el papel bastantes veces. No quiere que se le quede ninguna idea en el tintero. Para Rubio, Umbral era un hombre de pupila y novela.

Manuel Castillo parece que está a otra cosa. Cuando le piden que hable, le pille casi por sorpresa. Se recoloca en la silla y dispara: “Podría estar ahí sentado”. Castillo compara a Umbral con Dalí. “¿Quién ha envejecido mejor, el personaje o su obra?”, para él, Umbral es uno de los personajes que más aportó al periodismo.

Guillermo Laín habla con una sonrisa del “umbralismo” y dice que el protagonista era provocador, pero que era para hacerse notar. Cuenta la anécdota del día: “Su nombre real era Francisco Pérez Martín”. Todo el mundo se asombra como el meme de Pikachu. La intervención de Laín se hace larga, pero tiene momentos graciosos. En mitad de esta, se saca de debajo de la mesa un libro y reproduce la mítica frase de Umbral. Ni el sonido repentino de un teléfono es capaz de interrumpir su discurso.

Poco les queda por decir a Gaspar Garrote -el del bigote- y a Antonio Soler. El segurata de la puerta les pide la hora. Ya es muy tarde.

La suerte en una pecera

Mario García Priego | 12/01/2020

“Loli, ¡hemos dado el Gordo!”, exclamó Pedro Camuña aquel día laboral en el que se celebró el sorteo de Navidad del año 2012, el último en el que el mayor de los premios de la Lotería Nacional cayó en Málaga.

Acababa de sonar el teléfono. Pedro lo descolgó pensando que iba a ser una de las tantas publicidades que reciben para entregarlas. Tanto él como su mujer ya se habían percatado de que había salido el Gordo, porque lo estaban viendo en el pequeño televisor de tubo de imagen de su administración de la calle Juan de Valdés, pero ninguno de los dos se pudo imaginar en ese momento que el décimo premiado lo habían dado ellos.

Pedro Camuña celebra que ha repartido el Premio Gordo de la Lotería Nacional en 2012 | J. Albinana
Fue entonces cuando, a través de la línea, sonó la voz ilusionada de un periodista de la agencia Efe: “Quisiera, por favor, que me diera sus primeras impresiones con relación al Gordo que acaban ustedes de dar”. La inmediata respuesta de Camuña fue que si se estaban quedando con él. Loli Rivera, su mujer, tampoco daba crédito. Aparecen en la puerta periodistas de Telecinco, Antena 3 y el Diario Sur. No estaban soñando.

No estaban preparados. En la administración no tenían ni champán. Pedro cuenta, entre suspiros y miradas al techo de su tienda de lotería, que tuvo que salir corriendo a comprar la botella. Cuando por fin apareció, después de una carrera de 200 metros hasta el Mercadona más cercano, el periodista soltó entre risas: “¡Ya tenemos la foto!”

Pedro no para de suspirar acordándose de aquel día. Y eso que en su administración han dado ya bastantes grandes premios. De hecho, este año han estado a punto de volver a dar el Gordo, aunque esta vez de la Primitiva. Pero nunca olvidará esa experiencia. Porque, después del nacimiento de sus hijos o del día de su boda, no tiene reparo en reconocer que fue de las más bonitas de su vida: “Eso es que es inexplicable. Ocurre. Explota. Es tremendo. Y además la que se lía… porque se lía la de Dios”.

Como dice Pedro, la suerte te encuentra. Pero nunca es fácil. Y menos para una persona que se dedica a repartirla. El sueño de todos aquellos que reparten ilusiones es dar el primer premio de la Lotería algún día. No lo puede negar. Es más, lo afirma casi a carcajadas. Camuña no pierde la motivación de repartir otra vez el Gordo, pues su ilusión se renueva todos los años: “Cuantas más veces lo des, mejor. Y tenemos que volver a darlo otra vez”. Recordar aquellos tiempos le está encantando.

Camuña no quiere dar ningún dato de “la agraciada”. Ni siquiera si es varón o es mujer, aunque con el género del adjetivo que ha usado, se puede vislumbrar que no fue un hombre. El matrimonio Camuña Rivera la conoce perfectamente. Es vecina del barrio y va siempre a comprar la lotería en su administración. Pedro dice que su historia es bonita. No quieren dar demasiadas pistas sobre “esa criatura”, pero explican que, aunque no le resolvió la vida, el premio le permitió comprar un piso y sanear su situación económica.

El premio fue de 400.000 euros, que entonces no tenían retención y estaban libres de impuestos. Después de comprar el piso, la agraciada se marchó del barrio de Portada Alta, donde también se ubica El capicúa de oro y donde vivía desde hace unos meses de alquiler. “Desde entonces, viene aquí todos los años para que Loli le dé la misma suerte que aquella vez”. La lástima para Pedro y Loli es que solo vendieron un décimo de aquel número: el 76.058. Recuerdan que uno lo vendieron ellos y “el otro lo vendió un colega en San Pedro Alcántara”.
Pedro y Loli con "su" décimo premiado
Con un poco de rabia en sus bocas, cuentan que, aquel año, estuvieron a punto de dar el Gordo hasta en tres ocasiones. La misma maniobra que Loli hizo para vender el décimo premiado, la realizó con otras dos personas. A Rivera se le ocurrió combinar el año de su nacimiento y el de su marido —ambos nacieron en 1958— y, para que no le apareciesen muchos ceros por delante, le puso el siete. La máquina se encargó en los tres casos de completar el segundo dígito restante al azar. “La cara de las dos personas que después vinieron con el que no tocó era para verla”, comenta entre risas.

Aquel año 2012, la suerte vino en forma de décimo electrónico, un tipo de boleto de color azul que la clientela suele despreciar, porque piensan que no toca. Pero todo lo contrario. Camuña lo explica con un décimo de cada tipo en las manos: “Si esto es una primitiva premiada, ¿también la desprecias? Es a lo que estamos acostumbrados. Ha costado muchísimo trabajo. Con mucha lucha, que no ha parado y sigue sin parar porque aún tenemos muchas deficiencias que cumplir, hemos ido mejorando la gestión. Nosotros a nuestros clientes le damos lotería cada vez más atractiva”.

La lucha de este matrimonio de la suerte en el ámbito electrónico de la lotería les hace incluso preferir que sus clientes compren el que ellos llaman “el décimo mejorado”. Piensan que la gente está descubriendo algo que antes no podía hacer, que es elegir el número que le gusta. “Muchos piden la fecha del nacimiento del nieto, el número de la lápida de su ser querido, el número de la matrícula de su coche o vete tú a saber. Lo mismo han soñado el número”, bromea Pedro.

La clientela, al igual que la suerte, es caprichosa. Y, capricho del destino o no, el oficio de Pedro Camuña no es íntegramente el de vender lotería. Él heredó de su padre la concepción por parte de Loterías, pero es funcionario en el Ayuntamiento de Málaga. Pedro acude al local, del que su mujer es la titular, cuando su turno partido se lo permite, aprovechando, sobre todo, los fines de semana y los festivos.

El capicúa de oro lleva vendiendo Lotería Nacional desde el año 2010. Solo dos años antes de repartir el Premio Gordo. El destino también es caprichoso. Pero fue su padre quien inauguró la administración, aunque no fue en la calle Juan de Valdés, donde se sitúa en la actualidad. “En el año 72 arrancamos, solo con la Quiniela: aquel famoso patronato de apuestas mutuas deportivas benéficas, que conocíamos como el PAMDB, por la abreviatura”. Camuña destaca, con recalcada humildad, que son expertos quinielistas y que ayudan a sus clientes a ganar dinero en este tipo de apuestas con métodos específicos.

El año 85 incorporaron la Primitiva, recuperando un juego ancestral, del que procede su nombre, “después llegó la Bonoloto, ya entró el Gordo de la Primitiva y ya empezaron todos los juegos”. Recalcando siempre la Quiniela como su producto estrella desde hace casi 50 años. Ya en el año 2010, después de “una lucha tremenda” por lo que ellos consideraban una injusticia, se les permitió empezar a vender Lotería Nacional. Pedro señala orgulloso el boleto premiado del año 2012, enmarcado en una de las paredes del establecimiento.

La administración de loterías de la calle Juan de Valdés está a punto de cumplir 20 años. Camuña hace cuentas mientras explica que en septiembre de 2001 estaban haciendo ya la permuta, “cuando fue el asunto de las Torres Gemelas”. El 10 de diciembre de aquel año abrieron las puertas de El capicúa de oro en el número 20.
"El capicúa de oro", en el nº 20 de la calle Juan de Valdés (Málaga)
¿Y por qué ese nombre? Es cierto que tenían que darle una identidad de marca, pero ¿qué quiere decir? ¿O a qué se debe? Camuña lo explica de manera sencilla y con un toque de humor: “Nosotros contamos con dos ventanillas con dos máquinas. No muchos establecimientos tienen las dos. Cada una de ellas, cada vez que expide un resguardo de apuesta, da el número de identificación a nivel nacional, que es el 51315, con un sufijo, que dependiendo de la máquina es el 0 o el 1. Solo existe en toda la red nacional un 51315-1 o un 51315-0, ¿ese número qué es? Capicúa. No capicúo. Capicúa. Pues consideramos que intentamos hacer de oro a nuestros clientes. Pues ya lo tienes servido: El capicúa de oro”.

Camuña ríe cuando se le pregunta sobre qué haría él si le tocara un premio gordo. Responde que la gente es curiosa, porque, cuando ellos dan un premio, les preguntan: “¿Y a ti te ha tocado?”. Resignado, les tiene que decir que no, no pueden jugarse todos los números. No tienen ese bolsillo. Pedro comenta que haría como todo el mundo: “Me pegaría algún capricho, pero siempre sano”. A sus 61 años, a punto de cumplir los 62, solo piensa en tapar algún agujero y ayudar a los que le rodean.

Pedro explica que, debido a su otra ocupación laboral en el ayuntamiento, quien está todo el día al pie del cañón en el establecimiento es su mujer. “El día a día es duro. Son muchas horas metido ahí en una pecera”. Y es verdad. Aunque a este matrimonio malagueño le brille los ojos al recordar todos los premios que ha dado. Porque la suerte está donde menos se espera. A veces, incluso en una pecera.

El valor de una silla vacía


Mario García Priego | 23/12/2019

Se hace de noche. Porque siempre se hace. Como se hizo ayer. Como se hará mañana. Como se hace hoy. Hoy se ha levantado temprano, como un día más. Ayer también. Y seguro que mañana. Siempre igual. Nada cambia. Él ya llevaba puesto su cárdigan de color verde pino y su camisa gris de cuadros desde por la mañana. Como siempre.
Cuadro "De paseo con el abuelo", de Carlos Martínez Palomino
Al tomar el pestillo del gran portón de la casa, su mujer lo detiene. —¿Dónde vas? Hoy no se sale. ¿No sabes qué día es hoy? — Él se ríe, no contesta y se sienta al brasero. No sabe qué día es hoy. Pero intuye que no puede ser un día cualquiera. Lo intuye por el olor a gambas. Porque su hija está cortando demasiado jamón para solo tres personas. Y porque sus hijas, sus yernos y sus nietos ya están entrando por la puerta. Sus nietos lo abrazan y lo besan. Rebosantes de ilusión lo llaman “abuelo”, pero él no sabe quiénes son. Pero sabe que los quiere. Y que le quieren. Y él esta feliz por verlos felices. Y juntos.

La Navidad tiene estas cosas. La familia unida, el calor de una casa, la alegría de la mesa… Ay, las mesas. Ya, cada año que pasa, al menor de los nietos le gusta menos la Navidad. Y no es que quiera tener el afán de protagonismo del Grinch. Aunque para algunas cosas todavía esté muy verde. El menor de los nietos disfruta estas fechas, pero cada vez menos. Cuando eres un crío las estás esperando casi desde que se acaban el año anterior. Valoras la fiesta. Valoras los regalos. Valoras lo que no tiene ningún valor.

Ahora se para. Mira atrás y dice: “¿Quién quiere regalos?”. Es verdad. ¿Quién los quiere? No valen nada. Si hoy le escribiese una carta a Papá Noel o los Reyes Magos, le pediría un imposible. Aunque de pequeño viese imposible que le trajesen el barco pirata de Peter Pan. El menor de los nietos les pediría que, por una Navidad, su abuelo bajase a pasarla con ellos. Una vez más. Solo una. Si se pudiese… Para valorar lo que de verdad hay que valorar. Ver que todas las sillas están ocupadas en la mesa. Esas pequeñas cosas que la ciega ilusión de niño no le dejaba ver. Ni apreciar. Y, para el menor de los nietos, no hay regalo más bonito que ver a su familia unida en la mesa y, por supuesto, que estén ocupadas todas las sillas.

Caerse está permitido


Mario García Priego | 7/12/2019

Falla. Erra. Yerra. Pífiala. Cágala. Márrala. Mete la pata. Ten un desliz. Un lapsus. Un descuido. Equivócate. Tú. Equivócate. Cae, levántate y vuélvete a equivocar. Así de fácil. No te compliques. La vida da segunda oportunidades. Ten paciencia contigo. Tú primero. Date una segunda oportunidad. Y una tercera. Y una cuarta.
Pedro Simón | A. Heredia (El Mundo)
Equivócate como Paco, a quien un error le hizo pasar la mitad de su vida en la cárcel. Equivócate como esa señora que con 73 años era adicta al crack. Equivócate como Pedro Simón, que creyó a los padres de Nadia. Pero no abandones. No te hundas. No te estanques. Busca tu segunda oportunidad. Búscala. Y vuelve a equivocarte.

Date una segunda oportunidad. Pero también ofrécela. Ofrécela a tu hijo cuando suspenda un examen de Matemáticas. Se la merece. Es solo un examen. Dale la oportunidad de suspender el siguiente. O de aprobarlo. Quién sabe. El mundo no se para porque tu hijo suspenda un examen de Matemáticas. Tampoco porque muera después de varios meses de lucha contra una enfermedad, aunque dentro de ti ya no gire nunca más. Y no se puede comparar lo segundo con lo primero. Aprende a establecer prioridades. Esto también te lo enseña el error.

Llénate. Vacíate. Y vuelve a llenarte. Llega a los 50 —o casi—. Pero llega siendo honesto. Ayuda. Sé periodista. Psicólogo. Cura. Fisioterapeuta. Masajista… Y periodista, a pesar de todo. Equivócate. Equivócate en todo. Menos en la honestidad. Equivócate. Sé feliz. Sin hacer daño a nadie. Si te caes, te levantas. Porque tarde o temprano te vas a caer. Pero recoge del suelo tu segunda oportunidad. Gánatela.

Sal. Mira al campo. No a la grada. Entrevista a El Rubius. Tómatela como un error. Aunque tú no te hayas equivocado. Aunque sea él. Aunque no seas tú. Aprende de ti. Y de él. Aprende lo que hay que hacer. Y lo que no. Reconócelo y sigue. Continúa. No eres la hostia que te pegas, eres lo que haces después de esa hostia. Y pégatela. Pégatela fuerte. Y si no has aprendido la lección, pégatela todavía más. Otra vez. No pasa nada. La vida es tan buena maestra, que si no aprendes una lección te la repite.

Quédate para ver la última gota que colma el vaso. Quédate hasta que encuentres tu siguiente error. Quédate. Que no va a ser nunca el último. Ni el primero. Repítelo las veces que haga falta. Hasta que te lo aprendas. Caerse está permitido. Levantarse es obligatorio.

Víctor Frías: «Es mágico cuando tu obra genera un debate entre dos personas»


Mario García Priego | 29/11/2019

La palabra empatía viene del griego. Pero cada vez viene de menos gente. ¿Se está perdiendo? Puede ser que sí. Muchos consideran el griego como una lengua muerta. Pero a este valor nunca se le debería dejar morir. Víctor Frías llega a la cita con agradecible antelación. Llueve. Llueve mucho. No a mares. A océanos. Pero Víctor espera debajo de su paraguas. Se pone en la piel del otro. Empatía. Si tuviese que definir su literatura en una palabra, esta sería.
Víctor Frías, escritor malagueño
Víctor ha elegido ropa oscura. Qué contradicción. Dentro está lleno de color. Quizá así se haga el contraste. No es supersticioso. No tiene ningún ritual para ponerse a escribir, aunque sí unas pautas de trabajo muy definidas: «Yo empiezo a construir la idea. Empiezo a hacer anotaciones a mano y, a partir de ahí, construyo una base sobre la que trabajar. Hasta que hago eso, no me lanzo a escribir en el ordenador.»

Como las grandes edificaciones, sus obras también tienen unos cimientos. Sobre todo en la novela. Como los grandes futbolistas, Víctor también ha tenido ídolos. Y los tiene. Cada uno en su mundo: «Empecé de chavalote leyendo novelas de misterio. Agatha Christie, Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes… Luego ya me metí en novelas de terror con Stephen King. Cuando ya empiezas a escribir, hay unos que te influyen más que otros». El camarero sirve el café. Víctor solo lo mira para darle las gracias. Coge la cuchara y lo menea hacia la izquierda. Luego hacia la derecha. Continúa: «De Stephen King me gustaba esa mezcla de las personas normales con vidas cotidianas y que de pronto les pasa algo que les saca de su sitio. Es uno de los autores que más influyó, junto con Antonio Soler, que es de Málaga, del que aprendí a situar las escenas aquí.»

¿Por qué las historias chulas tienen que ocurrir en Roma, París o Nueva York? También pueden ocurrir en las playas de Pedregalejo. Frías ríe y agradece al entrevistador su documentación.

La pregunta siguiente recuerda a una rima de Bécquer. ¿Qué es poesía? Para Víctor, es la explosión de las emociones. Responde tranquilo. Mientras, coge el sobre del azúcar por los bordes y lo agita. Todavía no lo vierte. Primero vuelve a menear el café y dice: «Es lo que complementa mi otra faceta como escritor, que es la de narrador, en la que todo es más estructurado, lo otro es la parte impulsiva, la parte emocional. Sale de golpe y luego se pasa por el filtro de esa parte más analítica. Los reviso y dejo los textos reposar un tiempo. Para mí es una necesidad, es una forma de catarsis, de expresarte, de verbalizar los sentimientos que tienes.»

Víctor Frías no podría elegir entre poesía y novela. ¿Por qué tiene que hacerlo? Él dice, con una sonrisa en los labios, que es como preguntar a quién quieres más, a papá o a mamá. «Cada una tiene su lugar: las dos nacen en la mente de la misma forma y luego se expresan de manera distinta. En el poema tengo el texto ya. Es una emoción volcada ahí. Más inmediato. Más rápido. En la narrativa se mete una idea en la cabeza y dices “mm, a esto le tengo que dar forma” y estás ahí tututú tututú tututú… y vas construyendo más a largo plazo. Entonces, te da satisfacciones distintas».

Compara una noche de fiesta con la lectura en casa. Menuda locura, ¿no? Parecen cosas totalmente distintas. Pero Frías es capaz de encontrar el vértice. Unas veces necesitas que una canción te active, y otras que la letra te entienda. La poesía da satisfacciones más inmediatas y la narrativa llega más a largo plazo. Ahora sí vierte el sobrecillo de  azúcar en el café.

Uno de los puntos más atractivos de Los versos de la medusa es la relación madre-hija entre Lola y Virginia. La incomunicación entre ellas hace que no puedan entenderse la una a la otra. De ahí se generan varios conflictos dentro de la historia. Esto ha pasado, al menos alguna vez, en cualquier familia. Hay momentos en los que la madre ve triste a su hija y le intenta ayudar. Le intenta dar esperanza y consejos, pero ella no necesita eso. Víctor Frías no se ha inspirado en nadie para crear esta historia y a la vez se ha fijado en todo el mundo. Porque pasa. Tan real como la vida misma. Le pasa a una madre y a una hija cualquiera. Le pasa a una madre y a un hijo del entorno más cercano. Le pasó a él, cuando su madre le decía “niño, pélate” y él no quería.
"Los versos de la medusa", novela de Víctor Frías
Este tipo de historias hacen al lector ponerse en el papel de los protagonistas. La empatía de Frías se vislumbra en estos casos. También pretende que la tengan sus lectores. Víctor siempre quiere que quien lea sus obras saquen algo positivo de ellas: «La historia, siendo importante, en parte no deja de ser una excusa. En Los versos de la medusa trato de poner sobre la mesa el tema de la incomunicación. Y es el recurso que utilizo de la malagueña, de la argentina o del español convencional o el castellano puro: hablamos el mismo idioma, pero no nos entendemos. Ese era uno de los mensajes principales de la novela. Poner encima de la mesa esa realidad y verla y palparla. Otra de las cosas que he aprendido de lo que he escrito es que las cosas no hay que decirlas directamente. Lola y Virginia no se entienden. No. Tienes que contarlo. Tienes que dar los matices, tienes que contar los detalles y recrear la situación. Y la historia es la que te sirve para vestir ese mensaje.»

Las respuestas de Víctor permiten hilar las preguntas muy fácilmente. Él mira el papel de reojo aunque el entrevistador lo ve. No dice nada, pero intenta hacer todo más fácil. Se agradece. Bendita empatía.

Este escritor malagueño es una persona muy tranquila. Reconoce estar tranquilo la noche de antes de presentar un libro. Pero ha habido veces en las que los nervios le han jugado una mala pasada. «Miedo, responsabilidad… llámalo como quieras, pero yo, cada vez que me expongo, tiemblo». Frías es muy expresivo. Explica que, cuando está en una presentación, no aparenta tener nervios, pero, cuando lo llaman para su turno, sus nervios se vislumbran cuando coge la botella de agua y le tiembla la mano. Coge el vaso de café e imita el temblor. No le sale mal, pero se puede mejorar. No se ha caído ni una gota.

Algunos de los más grandes escritores de la literatura castellana han sufrido cambios a lo largo de su carrera. Unos a mejor. Otros a peor. Pero es cierto que puede pasar. Las personas no siempre son las mismas. Los escritores tampoco. La literatura de Víctor Frías también sigue un camino: «Mi forma de trabajar es expansiva. Parto de una idea muy pequeñita y, conforme vas trabajando en los matices, va creciendo. Y en mi carrera profesional también voy funcionando de la misma manera. La idea que tengo en la cabeza no es trabajar en una única novela. Ni siquiera en una trilogía. Estoy montando un universo de personajes, que se basa en un concepto de tu vida o la mía, cuando empiezas en la universidad, en el trabajo, hay personas que entran, salen de tu vida, aparecen, desaparecen. Ese universo está ocurriendo en Málaga y esos personajes van apareciendo. Unos se conocen, otros no. Van apareciendo en las vidas de otros. He escrito Los versos de la medusa, ahora ya he terminado la siguiente novela, estoy empezando a trabajar en la próxima. Y todas, porque no puedo decir que sean novelas independientes, tienen una conexión. Es como el spin off de las series».

Frías ha escrito desde pequeño. No se acuerda exactamente de la edad, pero sí del momento. Cuando jugada con los primos y los amigos, siempre llevaba las historietas del juego al extremo. Incluso a veces más dramático de lo que tocaba. «Lo primero que escribí, tenía 13 o 14 años, era una especie de pequeñas obras de teatro. Una de alumnos contra profesores, en la que los alumnos se rebelaban. A partir de ahí, poco a poco te vas volviendo más ambicioso. Con 18 o 19 años escribo mi primera novela, que está ahí guardada, que explica la vida de algunos compañeros del Bachillerato». Inventar siempre ha estado inventado. Empezó haciendo cómics y ahora ya ha publicado varios libros.

No es que tenga manía a ningún profesor. Todo lo contrario. Pero a Víctor le parece bastante mal que los profesores, tanto en la universidad como en los colegios, obliguen a sus alumnos a leerse sus libros. Sobre todo, cuando el material es malo. Él no lo haría. De hecho, le cuesta mucho venderse a sí mismo. En su labor comercial se define como «malote».

Uno de los aspectos de la vida profesional de Víctor Frías es que su oficio no tiene nada que ver con el mundo de las letras. Choca. Él es administrativo. Se diplomó en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga en 1997, aunque explica que es en la literatura donde da rienda suelta a sus inquietudes. ¿Por qué le gustaría a Frías que se le recordase? ¿Por qué prefiere quedar para la prosperidad? ¿Por las finanzas que hizo o por las obras que escribió? Víctor resopla, suelta una carcajada y advierte que va a salirse del guion: «Por ser una buena persona». De nuevo, sonríe. Quiere que cualquiera que mire atrás, independientemente de las ventas o del éxito profesional que pueda tener, diga “este tío curró, fue honrado e hizo todo lo mejor que pudo, intentó ayudar a todo el mundo”.

Víctor Frías es una persona agradecida. Se le ve en su Instagram. Allí sube muchas historias en las que agradece cuando una persona compra alguna de sus obras. Sus lectores comparten fotos de sus libros y él las comparte en su historia. Sus lectores son sus propios influencers. Menudo chollo. Víctor siempre ha dicho que soñó con publicar un libro y que otra de sus fantasías era llegar al corazón de los demás.

«Yo siempre digo que dentro de la labor de escribir hay dos momentos más mágicos: uno es antes de terminar y otro después. El de antes es cuando hay un momento en el que tú estás escribiendo algo conforme a tus planes y tu estructura y, de pronto, escribes un diálogo y un personaje que, en principio, era secundario y de pronto va y dice algo relevante. Esto lo has escrito tú, pero dices “¿qué ha pasado aquí? ¿se me ha revelado el personaje?”, entonces se vuelve más importante y la novela gana. El otro momento mágico es cuando tienes la oportunidad de ver el debate que genera tu obra entre dos personas, en el cual yo me convierto en un mero espectador. Empiezan a debatir si tal personaje ha hecho lo correcto o no. Cuando se llega a eso, es mágico también

Mágico. Qué palabra. Menudo adjetivo. Hay que currárselo mucho para provocar “magia” en alguien. Un escritor lo tiene más difícil, pues no está presente en las casas de los lectores. Además sería imposible. No tiene el don de la ubicuidad. Pero de eso se encarga la literatura. Eso sí que es mágico. El camino no es fácil, pero renta. Frías lamenta que, si se hubiese formado más, a lo mejor ahora en vez de tener una carrera en construcción con 44 años, la hubiese tenido con 30. Pero todo tiene su momento y todo tiene su principio: «A mi yo del pasado le diría que tendría que haber sido más constante en determinados momentos. Que, en el momento de frustración en el que estaba tratando de construir algo y lo dejaba parado mucho tiempo, tuviese esa poquita de constancia y de convicción. Si quieres algo, lucha, curra y fórmate.»

Vaya papeleta


Mario García Priego | 10/11/2019

¿Qué es votar? ¿Para qué sirve? ¿De verdad es necesario? Eso parece preguntarse Sergio. Este informático de 42 años suele descansar los domingos. Pero hoy no. Hoy le ha tocado presidir la mesa electoral. Como diría Tony Montana, tiene cara de no haber hecho el amor en un año. Apunta, con un boli Bic en su mano izquierda, el nombre completo y el DNI de los tropecientos que vienen hoy a votar. Reconoce que ya casi se le había olvidado escribir.
Elecciones Generales del 10N en España
La cortinilla se abre como las puertas de un saloon del lejano oeste. Como si de dos revólveres se tratara, se vislumbran los dos sobres entre las manos de Miguel Ángel. El blanco en la derecha y el sepia en la izquierda. Daniela, su sobrina, lo observa expectante oliendo a Nenuco. No han venido a buena hora. Hay demasiada gente. Miguel Ángel no es Manolo García, pero sí el último de la fila. Toca esperar. Daniela está desesperada. Quiere que su tío la lleve a casa a ver los dibujos. A ella no le interesan las elecciones, pero seguro que su tío ha votado más veces al presidente del Gobierno que ella al delegado de la clase.

Parece que todo el mundo se pone de acuerdo para llegar a la hora del café. A ver si les va a sentar mal la comida… Rosa, que parece haber salido de casa con el pijama puesto, todavía no se ha decidido. Con el viento que hace, como no se dé prisa, lo mismo se le vuelan las papeletas. Lleva como quince minutos observando las distintas opciones antes de meterse en la cabina. No es la primera vez que vota, pero alega, con cierto retintín, que “cada vez lo ponen más difícil”.

—A las 9 veremos qué pasa.

Así es. A las 9 comienza el Betis-Sevilla, lo único que parece importarle en el día de hoy a Paco. Este jubilado, viudo y de 77 años, con un chivato de caña en la mano derecha y la correa roja de su perra en la izquierda, cuenta que la última vez que votó fue al poco de nacer “su Duna”. A Duna se le escapa un ladrido cómplice al escuchar el cariñoso testimonio de su dueño. Ella no lo recuerda, pero fue en el año 2008, “cuando Zapatero”.

En el banco en el que Paco lleva sentado toda la tarde parece que el tiempo avanza más despacio de lo normal. Desde aquí se puede ver a una señora. Con unas gafas de culo de vaso. Con un pelo más canoso que el de Richard Gere. Con una cantidad de laca para echar a temblar a toda la capa de ozono. Se dirige a toda prisa hacia el Divino Pastor. Lleva una marcha que ni Paquillo Fernández. A medida que la distancia se acorta, va menguando el paso. Falta poco para que cierren los colegios, pero todavía hay tiempo de sobra.

—No he venido esta mañana porque había misa.

Manoli es muy devota, según cuenta. Y la verdad es que nunca falla en las grandes citas. Tampoco en las electorales. Quizás ahora se pueda encontrar una respuesta a la gran pregunta. ¿Qué es votar? Votar es como dar las gracias al Señor: es justo y necesario.

El valor añadido de una personalidad talentosa


Mario García Priego | 24/10/2019

El conejo de Alicia en el país de las maravillas se equivoca. Los “para siempre”, a veces, no duran un segundo. A veces duran más. Más de un segundo. Manuel Alcántara (Málaga, 1928). Una eternidad. Una eternidad parece durar la pausa del café. La espera se hace larga. Escasea la puntualidad, pero ¿qué importa? Los invitados esperan sentados en unas sillas blancas cubiertas por una tela. No es una boda. Pero sí hay algo que celebrar: una vida entre letras.
VII Congreso Internacional de Periodismo "Manuel Alcántara" | F. Griñán (SUR)

Como si de la línea de ataque del mejor equipo de fútbol se tratase, los periodistas se colocan en sus asientos. No son la MSN. Son Relaño, Cruz y Rivera. Con una americana azul marino, al lado de ellos, modera Del Postigo.

“Hoy hace un día para tener novia formal”

Las palabras de Manolón resuenan en la sala. Agustín Rivera las reproduce con una sonrisa en la cara. A Del Postigo, Relaño y Cruz se les contagia. Parece que estuvieran escuchándolo ahora mismo. La nostalgia está en el aire. Rivera recuerda cuándo descubrió las crónicas de Alcántara como quien recuerda su primer amor. Él se enamoró de su crónica literaria, mezclada con un “periodismo urgente”.

Silvia Cruz, como Alcántara, es cronista de boxeo. Y de flamenco. Su pelo rizado recuerda al del archiconocido “Don” King.  Su primera intervención es contundente como un directo de Mike Tyson: “Es mal periodismo si no soporta el peso de una hemeroteca”, destaca el otro nivel de lectura que ofrecía El maestro.

—“Me has aplastado, Silvia”

Relaño bromea. El que no se ríe es porque no está atento. El presidente de Honor de todo un diario As también admira a Alcántara: “En sus crónicas se percibe un manejo sobre lo que trata y un perfecto dominio del castellano”. Los periodistas coinciden por unanimidad en que su estilo no excluye a ningún lector. Alcántara hoy sería el cronista ideal. Un cronista al que todo el mundo querría. Pero eso ya lo era en su época.

“En Marca ya era una estrella”, cuentan. Con sus premios nacionales de periodismo y de literatura se podrían llenar innumerables vitrinas.

—“Los tenía todos”—, corrobora Relaño.

El fichaje de Alcántara por el diario deportivo madrileño se podría comparar con el de algún famoso futbolista. Y es verdad. Era una estrella. La anécdota de la escalerilla del avión dejó anonadado al personal. ¿Qué periodista sería despedido por sus lectores en un aeropuerto hoy en día? Esta imagen fue portada. Si en la época algunos boxeadores fueron los ídolos de los niños, ¿por qué no podía serlo hoy Manuel Alcántara? “El talento de Alcántara está hasta en el pregón de Ronda”. No te olvidan, maestro.

Francisco Umbral: una larga vida literaria que no cabe en dos horas

Mario García Priego | 9/11/2019 La voz se confunde como en los bares. La puntualidad escasea. El público, más joven a la derecha y más ma...