La voz se confunde como en los bares. La puntualidad escasea. El público, más joven a la derecha y más mayor en la izquierda, espera. Mientras, los fotógrafos disparan. Los flashes suenan como patatas fritas. Sus nombres aparecen puestos sobre la mesa. Parecen etiquetados en una foto de Instagram. Han venido a hablar de su libro.
Participantes
de la mesa redonda sobre Francisco Umbral en el Rectorado de la UMA | Ñ. Salas
(SUR) |
Bernardo
Gómez cuenta los asientos ocupados. Nombra a sus alumnos para que se sientan
especiales. Cuenta los títulos de Francisco Umbral como los de un futbolista:
“Tenía los más importantes galardones que se entregan en España”. El profesor
afirma que el fundamento de su obra el lenguaje. Cuando pronuncia la frase “mi
género soy yo”, todo el mundo la apunta en su portátil. Es la ideal para
titular la crónica de la mesa redonda. En su intervención lo expone casi todo.
No ha dejado nada para los demás. Después de oírla, todo el mundo sabe quién es
Francisco Umbral, aunque no supieran qué es un verso alejandrino.
Cede la palabra a Fanny Rubio. Como si fuese por sorteo, no sabía a quién elegir. “Ya está casi todo dicho”, bromea la única mujer de la mesa redonda. Elogia a Gómez como también al resto de los profesores de la Universidad de Málaga. Repite la práctica totalidad de sus palabras. Mira el papel bastantes veces. No quiere que se le quede ninguna idea en el tintero. Para Rubio, Umbral era un hombre de pupila y novela.
Manuel Castillo parece que está a otra cosa. Cuando le piden que hable, le pille casi por sorpresa. Se recoloca en la silla y dispara: “Podría estar ahí sentado”. Castillo compara a Umbral con Dalí. “¿Quién ha envejecido mejor, el personaje o su obra?”, para él, Umbral es uno de los personajes que más aportó al periodismo.
Guillermo Laín habla con una sonrisa del “umbralismo” y dice que el protagonista era provocador, pero que era para hacerse notar. Cuenta la anécdota del día: “Su nombre real era Francisco Pérez Martín”. Todo el mundo se asombra como el meme de Pikachu. La intervención de Laín se hace larga, pero tiene momentos graciosos. En mitad de esta, se saca de debajo de la mesa un libro y reproduce la mítica frase de Umbral. Ni el sonido repentino de un teléfono es capaz de interrumpir su discurso.
Poco les queda por decir a Gaspar Garrote -el del bigote- y a Antonio Soler. El segurata de la puerta les pide la hora. Ya es muy tarde.
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