Mario García Priego | 8/10/2019
El Aula Magna estaba
abarrotada. El más despistado podría pensar que venía el papa. Pero no. Con la
puntualidad de un reloj suizo, a las 11:30 apareció por la puerta David Jiménez
(Barcelona, 1971). Algún desinteresado podría pensar que solo era un profesor
más. O incluso un alumno de la facultad. Camisa azul, vaqueros y unas gafas de
pasta. Con ese outfit tan básico
llegó a la Universidad de Málaga el que un día fue el director de El Mundo.
David Jiménez, exdirector de El Mundo, en la UMA |
Después de unos minutos
de fotos, con las que seguramente se podría sacar un book, Jiménez abrió su discurso con una frase rotunda: “No se
puede”. Más de uno levantó la cabeza de su portátil, cuyo teclado casi que
echaba humo, por la incredulidad. Pero esa frase no la firmó el autor de El director. De hecho,
periodísticamente, sería incapaz de pronunciarla. Esas tres palabras fueron las
que el periodista escuchó una y otra vez durante los primeros años de su larga
carrera profesional. Y a las que aconsejó a los alumnos que nunca hicieran
caso.
Cuesta creer que para un
reportero de guerra el lugar más terrible en el que haya estado fuese un simple
barrio de Camboya. Más sabiendo que lo conocen como La granja de las gallinas. Pero detrás de esta irrisoria denominación
se encuentra una abominable historia que Jiménez fue capaz de descubrir: en esa
barriada camboyana obligaban a niñas a prostituirse. En la sala se podían
vislumbrar caras de algo así como una mezcla entre rabia, tristeza y asco.
Jiménez realizó un reportaje sobre este lugar y, cuando volvió a los 15 años,
todo era completamente diferente. Él puso el foco y la cosa cambió. No podía
haber mejor ejemplo para mostrar a los futuros periodistas que el bonito oficio
del periodismo puede cambiar el mundo.
El caso de David Jiménez
es curioso. También único. Pocas personas pueden presumir de ser las únicas en
España en hacer algo. Lo que sea. Él puede proclamar con orgullo que es el
único becario que ha llegado a ser director de un gran medio español. Qué cosas.
El que no hacía caso a los que le decían que no se podía. El movimiento se
demuestra andando. Y Jiménez es un buen ejemplificador.
Desde su primer día como
director de El Mundo, tuvo que hacer frente al conflicto entre su “visión
romántica” del periodismo y los que le decían que eso no se podía hacer. Un año
duró su dirección. Un año en el que cumplió su palabra de hacer el periodismo
que importa a la gente. Un periodismo que, a veces, “te pone en una
encrucijada”, pero en el que hay que saber escoger el camino correcto.
Jiménez explicó, como si
de un guía senderista se tratara, que en el periodismo hay dos caminos. De
nuevo los allí presentes levantaron la mirada de su ordenador. Nadie quería
salir de allí sin saber qué camino había que escoger. Nadie quería perderse.
Nadie quería decir que no a llegar a ser como David. Empezó por el atajo, ese
oscuro camino de manipulación totalmente antagónico al camino largo que todo
buen periodista debería seguir: el del rigor y la credibilidad.
Y hablando de caminos y
atajos. Algunos iluminados se han encargado de hacer creer a la gente que el
periodismo está perdido, cosa que Jiménez desmintió con la misma contundencia
con la que aconsejó a sus oyentes que hay que tener el coraje de decir que no.
Que el periodismo da oportunidades. Pero hay que buscarlas. Y qué mejor modelo
que él. El ejemplo tiene más fuerza que las reglas.
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