“Loli, ¡hemos dado el Gordo!”, exclamó Pedro Camuña aquel día laboral en el que se celebró el sorteo de Navidad del año 2012, el último en el que el mayor de los premios de la Lotería Nacional cayó en Málaga.
Acababa de sonar el teléfono. Pedro lo descolgó
pensando que iba a ser una de las tantas publicidades que reciben para
entregarlas. Tanto él como su mujer ya se habían percatado de que había salido
el Gordo, porque lo estaban viendo en el pequeño televisor de tubo de imagen de
su administración de la calle Juan de Valdés, pero ninguno de los dos se pudo
imaginar en ese momento que el décimo premiado lo habían dado ellos.
Pedro Camuña celebra que ha repartido el Premio Gordo de la Lotería Nacional en 2012 | J. Albinana |
Fue entonces cuando, a través de la línea, sonó la voz
ilusionada de un periodista de la agencia Efe: “Quisiera, por favor, que me
diera sus primeras impresiones con relación al Gordo que acaban ustedes de
dar”. La inmediata respuesta de Camuña fue que si se estaban quedando con él.
Loli Rivera, su mujer, tampoco daba crédito. Aparecen en la puerta periodistas
de Telecinco, Antena 3 y el Diario Sur. No estaban soñando.
No estaban preparados. En la administración no tenían
ni champán. Pedro cuenta, entre suspiros y miradas al techo de su tienda de
lotería, que tuvo que salir corriendo a comprar la botella. Cuando por fin
apareció, después de una carrera de 200 metros hasta el Mercadona más cercano,
el periodista soltó entre risas: “¡Ya tenemos la foto!”
Pedro no para de suspirar acordándose de aquel día. Y
eso que en su administración han dado ya bastantes grandes premios. De hecho,
este año han estado a punto de volver a dar el Gordo, aunque esta vez de la
Primitiva. Pero nunca olvidará esa experiencia. Porque, después del nacimiento
de sus hijos o del día de su boda, no tiene reparo en reconocer que fue de las
más bonitas de su vida: “Eso es que es inexplicable. Ocurre. Explota. Es
tremendo. Y además la que se lía… porque se lía la de Dios”.
Como dice Pedro, la suerte te encuentra. Pero nunca es
fácil. Y menos para una persona que se dedica a repartirla. El sueño de todos
aquellos que reparten ilusiones es dar el primer premio de la Lotería algún
día. No lo puede negar. Es más, lo afirma casi a carcajadas. Camuña no pierde
la motivación de repartir otra vez el Gordo, pues su ilusión se renueva todos
los años: “Cuantas más veces lo des, mejor. Y tenemos que volver a darlo otra
vez”. Recordar aquellos tiempos le está encantando.
Camuña no quiere dar ningún dato de “la agraciada”. Ni
siquiera si es varón o es mujer, aunque con el género del adjetivo que ha
usado, se puede vislumbrar que no fue un hombre. El matrimonio Camuña Rivera la
conoce perfectamente. Es vecina del barrio y va siempre a comprar la lotería en
su administración. Pedro dice que su historia es bonita. No quieren dar
demasiadas pistas sobre “esa criatura”, pero explican que, aunque no le
resolvió la vida, el premio le permitió comprar un piso y sanear su situación
económica.
El premio fue de 400.000 euros, que entonces no tenían
retención y estaban libres de impuestos. Después de comprar el piso, la
agraciada se marchó del barrio de Portada Alta, donde también se ubica El capicúa de oro y donde vivía desde
hace unos meses de alquiler. “Desde entonces, viene aquí todos los años para
que Loli le dé la misma suerte que aquella vez”. La lástima para Pedro y Loli
es que solo vendieron un décimo de aquel número: el 76.058. Recuerdan que uno
lo vendieron ellos y “el otro lo vendió un colega en San Pedro Alcántara”.
Pedro y Loli con "su" décimo premiado |
Con un poco de rabia en sus bocas, cuentan que, aquel
año, estuvieron a punto de dar el Gordo hasta en tres ocasiones. La misma
maniobra que Loli hizo para vender el décimo premiado, la realizó con otras dos
personas. A Rivera se le ocurrió combinar el año de su nacimiento y el de su
marido —ambos nacieron en 1958— y, para que no le apareciesen muchos ceros por
delante, le puso el siete. La máquina se encargó en los tres casos de completar
el segundo dígito restante al azar. “La cara de las dos personas que después
vinieron con el que no tocó era para verla”, comenta entre risas.
Aquel año 2012, la suerte vino en forma de décimo
electrónico, un tipo de boleto de color azul que la clientela suele despreciar,
porque piensan que no toca. Pero todo lo contrario. Camuña lo explica con un
décimo de cada tipo en las manos: “Si esto es una primitiva premiada, ¿también
la desprecias? Es a lo que estamos acostumbrados. Ha costado muchísimo trabajo.
Con mucha lucha, que no ha parado y sigue sin parar porque aún tenemos muchas
deficiencias que cumplir, hemos ido mejorando la gestión. Nosotros a nuestros
clientes le damos lotería cada vez más atractiva”.
La lucha de este matrimonio de la suerte en el ámbito
electrónico de la lotería les hace incluso preferir que sus clientes compren el
que ellos llaman “el décimo mejorado”. Piensan que la gente está descubriendo
algo que antes no podía hacer, que es elegir el número que le gusta. “Muchos
piden la fecha del nacimiento del nieto, el número de la lápida de su ser
querido, el número de la matrícula de su coche o vete tú a saber. Lo mismo han
soñado el número”, bromea Pedro.
La clientela, al igual que la suerte, es caprichosa.
Y, capricho del destino o no, el oficio de Pedro Camuña no es íntegramente el
de vender lotería. Él heredó de su padre la concepción por parte de Loterías,
pero es funcionario en el Ayuntamiento de Málaga. Pedro acude al local, del que
su mujer es la titular, cuando su turno partido se lo permite, aprovechando,
sobre todo, los fines de semana y los festivos.
El capicúa de oro lleva vendiendo Lotería Nacional desde el año 2010.
Solo dos años antes de repartir el Premio Gordo. El destino también es
caprichoso. Pero fue su padre quien inauguró la administración, aunque no fue
en la calle Juan de Valdés, donde se sitúa en la actualidad. “En el año 72
arrancamos, solo con la Quiniela: aquel famoso patronato de apuestas mutuas
deportivas benéficas, que conocíamos como el PAMDB, por la abreviatura”. Camuña
destaca, con recalcada humildad, que son expertos quinielistas y que ayudan a
sus clientes a ganar dinero en este tipo de apuestas con métodos específicos.
El año 85 incorporaron la Primitiva, recuperando un
juego ancestral, del que procede su nombre, “después llegó la Bonoloto, ya
entró el Gordo de la Primitiva y ya empezaron todos los juegos”. Recalcando
siempre la Quiniela como su producto estrella desde hace casi 50 años. Ya en el
año 2010, después de “una lucha tremenda” por lo que ellos consideraban una
injusticia, se les permitió empezar a vender Lotería Nacional. Pedro señala
orgulloso el boleto premiado del año 2012, enmarcado en una de las paredes del
establecimiento.
La administración de loterías de la calle Juan de
Valdés está a punto de cumplir 20 años. Camuña hace cuentas mientras explica
que en septiembre de 2001 estaban haciendo ya la permuta, “cuando fue el asunto
de las Torres Gemelas”. El 10 de diciembre de aquel año abrieron las puertas de
El capicúa de oro en el número 20.
"El capicúa de oro", en el nº 20 de la calle Juan de Valdés (Málaga) |
¿Y por qué ese nombre? Es cierto que tenían que darle
una identidad de marca, pero ¿qué quiere decir? ¿O a qué se debe? Camuña lo
explica de manera sencilla y con un toque de humor: “Nosotros contamos con dos
ventanillas con dos máquinas. No muchos establecimientos tienen las dos. Cada
una de ellas, cada vez que expide un resguardo de apuesta, da el número de
identificación a nivel nacional, que es el 51315, con un sufijo, que
dependiendo de la máquina es el 0 o el 1. Solo existe en toda la red nacional
un 51315-1 o un 51315-0, ¿ese número qué es? Capicúa. No capicúo. Capicúa. Pues
consideramos que intentamos hacer de oro a nuestros clientes. Pues ya lo tienes
servido: El capicúa de oro”.
Camuña ríe cuando se le pregunta sobre qué haría él si
le tocara un premio gordo. Responde que la gente es curiosa, porque, cuando
ellos dan un premio, les preguntan: “¿Y a ti te ha tocado?”. Resignado, les
tiene que decir que no, no pueden jugarse todos los números. No tienen ese
bolsillo. Pedro comenta que haría como todo el mundo: “Me pegaría algún
capricho, pero siempre sano”. A sus 61 años, a punto de cumplir los 62, solo
piensa en tapar algún agujero y ayudar a los que le rodean.
Pedro explica que, debido a su otra ocupación laboral
en el ayuntamiento, quien está todo el día al pie del cañón en el
establecimiento es su mujer. “El día a día es duro. Son muchas horas metido ahí
en una pecera”. Y es verdad. Aunque a este matrimonio malagueño le brille los
ojos al recordar todos los premios que ha dado. Porque la suerte está donde
menos se espera. A veces, incluso en una pecera.
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