Mario García Priego |
29/11/2019
La
palabra empatía viene del griego. Pero cada vez viene de menos gente. ¿Se está
perdiendo? Puede ser que sí. Muchos consideran el griego como una lengua
muerta. Pero a este valor nunca se le debería dejar morir. Víctor Frías llega a
la cita con agradecible antelación. Llueve. Llueve mucho. No a mares. A
océanos. Pero Víctor espera debajo de su paraguas. Se pone en la piel del otro.
Empatía. Si tuviese que definir su literatura en una palabra, esta sería.
Víctor Frías, escritor malagueño |
Víctor
ha elegido ropa oscura. Qué contradicción. Dentro está lleno de color. Quizá
así se haga el contraste. No es supersticioso. No tiene ningún ritual para
ponerse a escribir, aunque sí unas pautas de trabajo muy definidas:
«Yo
empiezo a construir la idea. Empiezo a hacer anotaciones a mano y, a partir de
ahí, construyo una base sobre la que trabajar. Hasta que hago eso, no me lanzo
a escribir en el ordenador.»
Como las
grandes edificaciones, sus obras también tienen unos cimientos. Sobre todo en
la novela. Como los grandes futbolistas, Víctor también ha tenido ídolos. Y los
tiene. Cada uno en su mundo: «Empecé de
chavalote leyendo novelas de misterio. Agatha Christie, Arthur Conan Doyle con
Sherlock Holmes… Luego ya me metí en novelas de terror con Stephen King. Cuando
ya empiezas a escribir, hay unos que te influyen más que otros». El camarero sirve el café. Víctor solo lo mira para darle
las gracias. Coge la cuchara y lo menea hacia la izquierda. Luego hacia la
derecha. Continúa: «De Stephen King me
gustaba esa mezcla de las personas normales con vidas cotidianas y que de
pronto les pasa algo que les saca de su sitio. Es uno de los autores que más
influyó, junto con Antonio Soler, que es de Málaga, del que aprendí a situar
las escenas aquí.»
¿Por qué
las historias chulas tienen que ocurrir en Roma, París o Nueva York? También
pueden ocurrir en las playas de Pedregalejo. Frías ríe y agradece al
entrevistador su documentación.
La
pregunta siguiente recuerda a una rima de Bécquer. ¿Qué es poesía? Para Víctor,
es la explosión de las emociones. Responde tranquilo. Mientras, coge el sobre
del azúcar por los bordes y lo agita. Todavía no lo vierte. Primero vuelve a
menear el café y dice: «Es lo que
complementa mi otra faceta como escritor, que es la de narrador, en la que todo
es más estructurado, lo otro es la parte impulsiva, la parte emocional. Sale de
golpe y luego se pasa por el filtro de esa parte más analítica. Los reviso y
dejo los textos reposar un tiempo. Para mí es una necesidad, es una forma de
catarsis, de expresarte, de verbalizar los sentimientos que tienes.»
Víctor
Frías no podría elegir entre poesía y novela. ¿Por qué tiene que hacerlo? Él
dice, con una sonrisa en los labios, que es como preguntar a quién quieres más,
a papá o a mamá. «Cada una tiene su lugar:
las dos nacen en la mente de la misma forma y luego se expresan de manera
distinta. En el poema tengo el texto ya. Es una emoción volcada ahí. Más inmediato.
Más rápido. En la narrativa se mete una idea en la cabeza y dices “mm, a esto
le tengo que dar forma” y estás ahí tututú
tututú tututú… y vas construyendo más a largo plazo. Entonces, te da
satisfacciones distintas».
Compara
una noche de fiesta con la lectura en casa. Menuda locura, ¿no? Parecen cosas
totalmente distintas. Pero Frías es capaz de encontrar el vértice. Unas veces
necesitas que una canción te active, y otras que la letra te entienda. La
poesía da satisfacciones más inmediatas y la narrativa llega más a largo plazo.
Ahora sí vierte el sobrecillo de azúcar
en el café.
Uno de
los puntos más atractivos de Los versos
de la medusa es la relación madre-hija entre Lola y Virginia. La
incomunicación entre ellas hace que no puedan entenderse la una a la otra. De
ahí se generan varios conflictos dentro de la historia. Esto ha pasado, al
menos alguna vez, en cualquier familia. Hay momentos en los que la madre ve
triste a su hija y le intenta ayudar. Le intenta dar esperanza y consejos, pero
ella no necesita eso. Víctor Frías no se ha inspirado en nadie para crear esta
historia y a la vez se ha fijado en todo el mundo. Porque pasa. Tan real como
la vida misma. Le pasa a una madre y a una hija cualquiera. Le pasa a una madre
y a un hijo del entorno más cercano. Le pasó a él, cuando su madre le decía
“niño, pélate” y él no quería.
"Los versos de la medusa", novela de Víctor Frías |
Este
tipo de historias hacen al lector ponerse en el papel de los protagonistas. La
empatía de Frías se vislumbra en estos casos. También pretende que la tengan
sus lectores. Víctor siempre quiere que quien lea sus obras saquen algo
positivo de ellas: «La historia, siendo importante, en parte no deja de
ser una excusa. En Los versos de la
medusa trato de poner sobre la
mesa el tema de la incomunicación. Y es el recurso que utilizo de la malagueña,
de la argentina o del español convencional o el castellano puro: hablamos el
mismo idioma, pero no nos entendemos. Ese era uno de los mensajes principales
de la novela. Poner encima de la mesa esa realidad y verla y palparla. Otra de las
cosas que he aprendido de lo que he escrito es que las cosas no hay que
decirlas directamente. Lola y Virginia no se entienden. No. Tienes que
contarlo. Tienes que dar los matices, tienes que contar los detalles y recrear
la situación. Y la historia es la que te sirve para vestir ese mensaje.»
Las
respuestas de Víctor permiten hilar las preguntas muy fácilmente. Él mira el
papel de reojo aunque el entrevistador lo ve. No dice nada, pero intenta hacer
todo más fácil. Se agradece. Bendita empatía.
Este
escritor malagueño es una persona muy tranquila. Reconoce estar tranquilo la
noche de antes de presentar un libro. Pero ha habido veces en las que los
nervios le han jugado una mala pasada. «Miedo, responsabilidad… llámalo como quieras, pero yo,
cada vez que me expongo, tiemblo». Frías
es muy expresivo. Explica que, cuando está en una presentación, no aparenta
tener nervios, pero, cuando lo llaman para su turno, sus nervios se vislumbran
cuando coge la botella de agua y le tiembla la mano. Coge el vaso de café e
imita el temblor. No le sale mal, pero se puede mejorar. No se ha caído ni una
gota.
Algunos
de los más grandes escritores de la literatura castellana han sufrido cambios a
lo largo de su carrera. Unos a mejor. Otros a peor. Pero es cierto que puede pasar.
Las personas no siempre son las mismas. Los escritores tampoco. La literatura
de Víctor Frías también sigue un camino: «Mi
forma de trabajar es expansiva. Parto de una idea muy pequeñita y, conforme vas
trabajando en los matices, va creciendo. Y en mi carrera profesional también
voy funcionando de la misma manera. La idea que tengo en la cabeza no es
trabajar en una única novela. Ni siquiera en una trilogía. Estoy montando un
universo de personajes, que se basa en un concepto de tu vida o la mía, cuando
empiezas en la universidad, en el trabajo, hay personas que entran, salen de tu
vida, aparecen, desaparecen. Ese universo está ocurriendo en Málaga y esos
personajes van apareciendo. Unos se conocen, otros no. Van apareciendo en las
vidas de otros. He escrito Los versos de
la medusa, ahora ya he terminado la siguiente novela, estoy empezando a
trabajar en la próxima. Y todas, porque no puedo decir que sean novelas
independientes, tienen una conexión. Es como el spin off de las series».
Frías ha
escrito desde pequeño. No se acuerda exactamente de la edad, pero sí del
momento. Cuando jugada con los primos y los amigos, siempre llevaba las
historietas del juego al extremo. Incluso a veces más dramático de lo que
tocaba. «Lo primero que escribí,
tenía 13 o 14 años, era una especie de pequeñas obras de teatro. Una de alumnos
contra profesores, en la que los alumnos se rebelaban. A partir de ahí, poco a
poco te vas volviendo más ambicioso. Con 18 o 19 años escribo mi primera
novela, que está ahí guardada, que explica la vida de algunos compañeros del
Bachillerato». Inventar siempre ha estado inventado. Empezó haciendo cómics
y ahora ya ha publicado varios libros.
No es
que tenga manía a ningún profesor. Todo lo contrario. Pero a Víctor le parece
bastante mal que los profesores, tanto en la universidad como en los colegios,
obliguen a sus alumnos a leerse sus libros. Sobre todo, cuando el material es
malo. Él no lo haría. De hecho, le cuesta mucho venderse a sí mismo. En su
labor comercial se define como «malote».
Uno de
los aspectos de la vida profesional de Víctor Frías es que su oficio no tiene
nada que ver con el mundo de las letras. Choca. Él es administrativo. Se
diplomó en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga en 1997, aunque
explica que es en la literatura donde da rienda suelta a sus inquietudes. ¿Por
qué le gustaría a Frías que se le recordase? ¿Por qué prefiere quedar para la
prosperidad? ¿Por las finanzas que hizo o por las obras que escribió? Víctor
resopla, suelta una carcajada y advierte que va a salirse del guion: «Por ser una buena persona». De nuevo, sonríe. Quiere
que cualquiera que mire atrás, independientemente de las ventas o del éxito
profesional que pueda tener, diga “este tío curró, fue honrado e hizo todo lo
mejor que pudo, intentó ayudar a todo el mundo”.
Víctor
Frías es una persona agradecida. Se le ve en su Instagram. Allí sube muchas
historias en las que agradece cuando una persona compra alguna de sus obras.
Sus lectores comparten fotos de sus libros y él las comparte en su historia.
Sus lectores son sus propios influencers.
Menudo chollo. Víctor siempre ha dicho que soñó con publicar un libro y que
otra de sus fantasías era llegar al corazón de los demás.
«Yo siempre digo que dentro de la labor de escribir hay
dos momentos más mágicos: uno es antes de terminar y otro después. El de antes
es cuando hay un momento en el que tú estás escribiendo algo conforme a tus
planes y tu estructura y, de pronto, escribes un diálogo y un personaje que, en
principio, era secundario y de pronto va y dice algo relevante. Esto lo has
escrito tú, pero dices “¿qué ha pasado aquí? ¿se me ha revelado el personaje?”,
entonces se vuelve más importante y la novela gana. El otro momento mágico es
cuando tienes la oportunidad de ver el debate que genera tu obra entre dos
personas, en el cual yo me convierto en un mero espectador. Empiezan a debatir
si tal personaje ha hecho lo correcto o no. Cuando se llega a eso, es mágico
también.»
Mágico.
Qué palabra. Menudo adjetivo. Hay que currárselo mucho para provocar “magia” en
alguien. Un escritor lo tiene más difícil, pues no está presente en las casas
de los lectores. Además sería imposible. No tiene el don de la ubicuidad. Pero
de eso se encarga la literatura. Eso sí que es mágico. El camino no es fácil,
pero renta. Frías lamenta que, si se hubiese
formado más, a lo mejor ahora en vez de tener una carrera en construcción con
44 años, la hubiese tenido con 30. Pero todo
tiene su momento y todo tiene su principio: «A mi yo del pasado le diría que
tendría que haber sido más constante en determinados momentos. Que, en el momento de frustración en el que estaba tratando
de construir algo y lo dejaba parado mucho tiempo, tuviese esa poquita de constancia
y de convicción. Si quieres algo, lucha, curra y fórmate.»
Estupendas reflexiones salidas de un corazón sincero. Los versos de la Medusa y el propio Víctor han marcado mi llegada a Málaga hace casi tres años y como decía Lola en la novela: puede ser que sea una señal de que todo está cambiando...(E. Guerra)
ResponderEliminar